Conocer las características del suelo donde vamos a
cultivar nuestras hortalizas y entender su funcionamiento es el primer paso
para poder mantener una tierra rica en nutrientes, una buena textura y un pH
adecuado.
La formación del
suelo comienza bien con la alteración de la roca madre in situ o bien por la acumulación de sedimentos procedentes de la
erosión de otras rocas cercanas. El proceso de meteorización
origina el regolito que facilita la infiltración del agua en el terreno y su
aireación permitiendo la colonización progresiva del regolito por
parte de seres vivos. Esta colonización se inicia con bacterias, hongos y
líquenes que a su vez favorecen la meteorización biológica del regolito. Todo ello provoca una progresiva
alteración física, química y biológica del regolito permitiendo que sea más apto
para la colonización de especies vegetales (plantas superiores) que se instalan en el suelo
y que atraen a diferentes organismos que componen la fauna del suelo (lombrices,
insectos, etc.). Los restos de los seres vivos que mueren se incorporan en
forma de materia orgánica al suelo para ser transformados en humus por medio de organismos
descomponedores (hongos y bacterias) .
Durante la formación del suelo, se van desarrollando en él distintas capas llamadas horizontes que de forma paralela a la superficie del terreno se distinguen entre sí por su color, contenido de materia orgánica, consistencia, contenido de carbonato cálcico, etc. Los horizontes del suelo se designan mediante letras mayúsculas y minúsculas. Las mayúsculas designan los tipos de horizontes principales, mientras que las minúsculas se utilizan para detallar y calificar a éstos. Los horizontes principales más frecuentes son de tres tipos: A, B y C.
Horizonte
A o suelo. Contiene pocos
minerales y abundante materia orgánica y humus. Es de color oscuro.
Horizonte
B o subsuelo. Se encuentra debajo
del suelo y esta formado casi exclusivamente por piedras medianas y pequeñas y
escasa materia orgánica proveniente de la descomposición de raíces profundas y
de materiales del horizonte A.
Horizonte
C o roca madre. Es la capa más
profunda y esta formada solo por rocas de gran tamaño que van desintegrándose a
causa de factores físicos y químicos para originar el subsuelo y el suelo. En
esta capa no hay materia orgánica.
La franja del
suelo donde se desarrollan las raíces que nutren a la planta no suelen pasar de
los 30cm, siendo las capas inferiores las que sirven de drenaje ante posibles
encharcamientos. Esta franja queda dentro del horizonte A y trataremos de
evitar cavas excesivamente profundas que desplacen nutrientes a zonas
inalcanzables para las raíces de la mayoría de las plantas. Nuestro objetivo
consiste en conseguir y mantener las mejores condiciones posibles en esta
franja vital.
El suelo se
compone de materia orgánica y materia inorgánica. La materia inorgánica esta
formada por arcillas, arena y piedras. Lo ideal es un suelo sin piedras lo cual
podemos solucionar con un poco de paciencia como se indicará posteriormente. La
proporción de arena frente arcilla tiene que estar equilibrada porque con un
exceso de arcilla tendremos un suelo muy duro y con difícil drenaje ya que la
arcilla tiene mucha capacidad de retener el agua. Con un exceso de arena tendremos una tierra
demasiado suelta y perderemos agua con extrema facilidad. Para conocer el
equilibrio perfecto podemos hacer una
prueba sencilla. Cavaremos varios hoyos de unos 30cm x 30cm de profundidad que
representen el área que queremos cultivar, 4 para una huerta de 100m2 son
suficientes. Con una porción de tierra húmeda extraída de cada hoyo trataremos
de hacer una bola amasándola con las manos y a continuación la analizaremos.
Suelo
arcilloso: si podemos formar una
bola muy compacta y difícil de disgregar estaremos ante un suelo arcilloso.
Este tipo de suelo es muy pesado, impermeable y difícil de trabajar, aunque tienen
un alto contenido en nutrientes. Hay distintos tipos de arcillas desde las
grises y compactas que nos darán mil problemas de encharcamiento hasta las
arcillas marrones que pueden ser modificadas añadiendo grandes cantidades de
materia orgánica como el compost o estiércol maduro. En general en el norte
tenemos suelos muy arcillosos por lo que un buen trabajo de añadir compost año
tras año conseguimos una tierra suelta y mejores resultados. En suelos extremos
donde tenemos problemas de encharcamientos que asfixien las raíces podemos
crear una estructura de drenaje o crear una doble cama.
Suelo arenoso: si la tierra se disgrega con facilidad y no conseguimos
hacer una bola. Estos suelos son muy ligeros pero pobres en nutrientes, se
calientan y enfrían con rapidez, y retienen muy poco la humedad. Para mejorar
este tipo de suelo se puede incorporar compost, estiércol o humus.
Suelo franco: si
conseguimos una bola que se puede romper con facilidad estaremos ante un suelo
con mezcla de arena y arcilla perfecta. Es el suelo con una textura idónea para
la mayoría de los cultivos. Son ricos en humus, retienen bien el calor, el
agua, el aire y los nutrientes. Es la textura ideal buscada en jardinería para
la mayoría de las plantas. A pesar de ser un suelo de buena calidad conviene
añadir regularmente compost, estiércol o humus.
Una vez analizado el tipo de suelo podemos hacer una
prueba de permeabilidad. Para ello verteremos 5 litros de agua y contaremos el tiempo que tarda
en filtrarse. Si tarda más de 10 minutos estaremos ante una tierra muy
arcillosa y necesitaremos aumentar su permeabilidad añadiendo grandes
cantidades de arena, compost, estiércol o humus. En casos extremos la forma más
eficiente de permeabilizar es la doble cama.
Otro factor a tener en cuenta es el pH del terreno. Existen medidores
electrónicos de pH y también tiras de papel que son más económicas. Puesto que
la mayoría de las plantas prefieren suelos algo ácidos con pH entre 6 y 7, un
pH ligeramente ácido de 6.5 resultará idóneo. En caso de tener una tierra con
pH alcalino (pH>7) procederemos a una corrección para conseguir acidificarlo
hasta 6.5. Para ello podemos añadir turba u otro tipo de materia orgánica. Si
el pH es muy ácido (pH<6) podemos corregirlo con caliza molida. El terreno
que trabajo tiene un pH de 6.9 y he optado por añadir materia orgánica desde
2011 teniendo muy buenos resultados. Por el momento no tengo experiencia en
ajustar pH con caliza molida.
En relación a la materia orgánica, encontramos elementos de origen animal y
vegetal que se incorporan al suelo, transformándose en nutrientes para las
plantas. Mediante la observación del color de una muestra representativa de
tierra podemos conocer la carga de materia orgánica.
Marrón oscuro: Indica presencia de humus o
materia orgánica.
Marrón rojizo: Indica presencia de hierro y
cantidad baja de materia orgánica.
Marrón claro o pardo: Indica baja presencia
de materia orgánica.
La fertilizad del suelo es un indicador general de todos los
parámetros anteriormente citados. La presencia de microorganismos, lombrices,
pequeños mamíferos, insectos y raíces son señal de fertilidad en un suelo.
El tipo de suelo
donde cultivo mis hortalizas es un suelo franco localizado en una
llanura aluvial limitada por dos arroyos. Esta formado por la descomposición de
roca caliza y tiene gran cantidad de arcillas, arena y otros sedimentos fruto
de las crecidas de los arroyos y de la descomposición de la materia vegetal. Se trata de un
suelo muy rico y fácil de trabajar.
En resumen, es muy recomendable añadir
a la tierra materia orgánica vegetal. Podemos producir nuestro propio compost aprovechando los restos de cosechas y una vez maduro añadirlo al suelo sin preocuparnos por el exceso a no ser que tengamos un pH muy ácido. En caso
de añadir estiércol tendremos sumo cuidado de añadirlo bien curado con una edad
de al menos dos años sabiendo que hay cultivos a los que les gusta estiércol joven como los tomates, pimientos y calabazas y otros que no lo asimilan como
las zanahorias y cebolla. Hay que tener en cuenta que el estiércol tiene varias
funciones, por un lado la materia orgánica (restos vegetales y microorganismos)
mantendrá un suelo mullido y por otro añade nutrientes asimilables por las
plantas. En el caso de estiércol fresco podemos pasarnos en un exceso de
nutrientes, principalmente nitrógeno, que puede quemar las plantas, hacerlas
crecer en vigorosidad en detrimento de la producción de frutos o propiciar enfermedades
como botritis y roña. Otra forma de añadir materia vegetal es mediante el abono
verde del que hablaremos en otro artículo.